1.- Usar un embalaje adecuado
Lo primero es que sea externo, es decir, una caja que contenga el producto, y que sea un poco más grande que éste. Hay que decir que no sirve envolverlo en papel o plástico con varias capas, ya que estos materiales no protegen el contenido. Parece obvio, pero aún hoy en día hay personas que envían paquetes de este modo.
2.- Ajustar el contenido
Un modo de lograrlo es evitando espacios vacíos en el interior; un contenido compacto es más seguro que uno que se mueve. Es conveniente, antes de cerrar la caja, moverla para comprobarlo, y sujetar bien los artículos para que no se muevan durante el transporte.
3.- Caja bien cerrada
Un embalaje bien cerrado es una buena inversión. Aunque nos parezca innecesaria, la cinta adhesiva ayuda mucho a la seguridad y a reforzar todas las junturas, siendo la de 5 cm de ancho la medida básica. Las de pintor, celo o un cordel no tienen suficiente resistencia.
4.- Marcar adecuadamente las etiquetas
Si aprovechamos una caja usada, conviene retirar todas las etiquetas y pegatinas anteriores y comprobar que la caja sigue estando servible para el embalaje; en todo caso, hay que eliminar los datos, aunque sea tachándolos con un rotulador grueso de color negro.
La dirección debe ser correcta y clara, así como los datos del emisor, y que sea totalmente visible, para evitar errores y, por consecuencia, retrasos en el envío.
5.- Artículos especiales
Hay artículos que tienen formas irregulares, como una figura, una lámpara, etc., con partes muy sobresalientes o van en otro tipo de continente, distinto a las cajas de cartón. Requieren un empaquetado distinto, que se ajuste a sus características; si no sabemos cómo hacerlo, es mejor consultar al servicio postal o la empresa de envíos sobre los requisitos de embalaje, ya que, al no hacerlo correctamente, la empresa cobra una cantidad adicional para cubrir riesgos.